Estado y empresas La experiencia histórica enseña que no se puede delegar total-mente en los particulares la facultad de decidir que está bien y qué está mal. Si algo no está prohibido o restringido, la inercia se impone. Si es redituable, la actividad continúa, a veces con una fría indiferencia que, mirada en retrospectiva, termina por espantarnos. Eso su-cedió con “negocios” privados como el tráfico de esclavos y, más recientemente, como la nafta con plomo, los CFCs, la cacería de ballenas, etc. Lo anterior justifica la necesidad práctica y moral del Estado. Sin embargo, el Estado tampoco es per se garantía de bondad ni de acierto. Es el principal intérprete del interés público, pero no el único. Y muchas veces es el Estado quien actúa en contra del in-terés público. Ningún Estado, ninguna institución, es mejor que la sociedad a la que representa ni a las personas que lo hacen funcionar. Leer editorial Leer editorial EDITORIAL por Horacio Franco