No podemos perder de vista que hemos comenzado a transitar un planeta de mayor escasez de los recursos naturales y, sumado a la fluctuación de los costes de las materias primas, la economía circular contribuye a la seguridad del suministro y a reingresar al proceso los recursos que, en el modelo de economía lineal, se hubiesen desechado. O sea, los residuos de unos se convierten en recursos para otros. Lo que significa que, los productos deben ser diseñados para ser deconstruidos.2 Respecto a ello, ELLEN MACARTHUR expresa: “(…) Es muy probable que el panorama mundial se agrave, ya que la clase media global se multiplicará más que por dos de aquí a 2030, hasta alcanzar prácticamente los 5 mil millones de personas que se sumarán a los hábitos del consumo”.3 En Argentina se genera un promedio de 45.000 toneladas diarias de residuos sólidos urbanos, lo que significa una tonelada de residuos cada dos segundos. Sin ninguna duda, el impacto ambiental que genera es muy negativo. Los rellenos sanitarios que utilizamos en las grandes ciudades para la disposición de los residuos domiciliarios son generadores de gases de efecto invernadero (GEI), siendo el metano el principal, un gas 21 veces más reactivo que el CO2 en relación con el cambio climático.4