Pese a la incertidumbre del contexto económico, independientemente del ámbito en el que operan las empresas, son cada vez más las que en todo el mundo consideran los criterios ESG¹(Environment, Social and Governance) en el diseño y en la ejecución de las estrategias empresariales. La aplicación de los criterios ESG repercute en la vida cotidiana empresarial. Por ello han permeado en los planes de negocio, la gestión del talento, en la cuenta de resultados, las auditorías internas, convirtiéndose en una ventaja competitiva a largo plazo para aquel que los sepa aplicar. Si antes las empresas en general, percibían a la cuestión de la sostenibilidad como un lastre para su competitividad, ahora queda claro que es una inversión de futuro. En concreto, debemos irnos 30 años atrás para empezar a observar un cambio en el enfoque primordial de las compañías. En la década de los 90, los inversores empezaron a preocuparse por la manera en la que estas se interrelacionaban con la sociedad y el ambiente. Y comprobaron que los esfuerzos orientados a tener buenas prácticas de sostenibilidad solían ofrecer resultados positivos para competir de forma exitosa tanto en lo corporativo como en lo económico. Como resultado de todo ello, y en un contexto donde el cambio climático cada vez era más relevante, en 1999 se publicó el primer índice mundial para evaluar el desempeño de las principales empresas del mundo en términos de sostenibilidad: el Dow Jones Sustainability Index (DJSI). Y aunque al principio su relevancia no fue muy importante, a la larga supuso un punto de inflexión hacia una nueva forma de entender la actividad empresarial.²